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Copenhague, 1919: Una joven trabajadora se encuentra desempleada y embarazada. Conoce a Dagmar, que dirige una agencia clandestina de adopción. Surge una fuerte conexión, pero su mundo se hace añicos cuando se topa con la impactante verdad detrás de su trabajo. La candidatura oficial de Dinamarca para la categoría de “Mejor película internacional” de la 97.ª edición de los Premios Óscar en 2025. Habiendo recibido formación como periodista, por lo general no soy de los que rehúyen una historia perturbadora, ya sea contada a través de reportajes o en la gran pantalla. Sin embargo, hay momentos en los que tengo que cuestionar la conveniencia de hacer ciertas películas en primer lugar. El hecho de que se pueda hacer, en mi opinión, no significa necesariamente que se deba hacer. Tal es el caso del tercer largometraje del guionista y director Magnus von Horn, una oscura historia basada en hechos que es innatamente perturbadora y, francamente, supera los límites del buen gusto. Ambientada en Copenhague, cuando la Primera Guerra Mundial se acerca a su fin, la película sigue a Karoline (Vic Carmen Sonne), una costurera de fábrica cuyo marido, Peter (Besir Zeciri), se cree que murió durante el conflicto. En su ausencia, Karoline mantiene una relación romántica con su jefe, Jørgen (Joachim Fjelstrup), de quien posteriormente queda embarazada. Él la abandona cuando su rica y controladora madre (Benedikte Hansen) amenaza con cortarle el suministro financiero si se casan. Karoline se enfrenta entonces a la perspectiva de convertirse en una madre soltera desempleada. Toma medidas drásticas para poner fin al embarazo, pero reconsidera su decisión cuando conoce a un intermediario de bebés aparentemente compasivo y supuestamente legítimo, pero muy inescrupuloso, que se ofrece a ayudar a Karoline a salir de su dilema… por un precio. Lo que él no sabe, sin embargo, es que el coste es mucho mayor de lo que jamás imaginó, especialmente cuando se involucra con el nuevo extraño y su operación absolutamente carente de principios. Lo que sigue es una de las historias más perturbadoras que he visto llevadas al cine, una que me hace preguntarme sinceramente si debería haber sido contada en primer lugar. Es cierto que esta película está bien hecha técnicamente, con una magnífica fotografía en blanco y negro y, en general, buenas interpretaciones. Sin embargo, es tan fría e inquietante que incluso a los espectadores con estómagos de hierro y una sensibilidad cinematográfica inquebrantable puede resultarles difícil de digerir. Tal vez hubiera funcionado mejor como documental que como recreación narrativa, pero ese es un consuelo muy pequeño frente al siniestro tema de esta propuesta. También me hace preguntarme cómo tantos críticos, concursos de premios y festivales de cine han llegado a prodigarle tantos elogios, a pesar de la innegable destreza técnica que se ha invertido en hacer esta película. Estos logros no parecen ser suficientes para justificar la existencia de este estreno y representan una tendencia creciente hacia un enfoque inherentemente cruel e irresponsable de la realización cinematográfica, cuyo desarrollo posterior, en mi opinión, debería cortarse de raíz, sin importar cuán innovador, inventivo y provocador pueda parecer. Algunos han intentado caracterizar a “La chica de la aguja” como una película de terror escalofriante, pero, en mi opinión, la veo más como una película de terror, una distinción realmente dudosa, sin duda. De hecho, no digan que no les advertimos sobre esta película.